Este breve y poco conocido ensayo de Robert Louis Stevenson es un pequeño canto a la vida. El genial autor de La isla del Tesoro, de El Dr. Jekyll y Mr. Hyde y tantos otros relatos incomparables desvela aquí los ingredientes esenciales de su visión de la vida. Su amor por la lectura y por la naturaleza está contado con su habitual talento e ironía, y acaso con un punto de cinismo. Stevenson, lector impenitente, recomienda la lectura, pero antepone la vida a los libros; elogia la diligencia, pero se ensaña con aquellos que sólo se ocupan en ser diligentes y «resultan secos, rancios y dispépticos en las mejores y más brillantes etapas de la vida». Y nos recuerda que «No hay deber que infravaloremos más que el deber de ser felices. Siendo felices, vamos sembrando por el mundo anónimos beneficios, que nos son desconocidos incluso a nosotros mismos y que, cuando eclosionan, a nadie sorprenden más que al benefactor». Una pequeña lección de ética en el mejor sentido.
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